Sin duda las palabras de Ricardo Altamirano de esta columna calarán muy hondo en quienes recuerdan al Lanalhue de antaño, ese libre, cristalino, de pescar; no el de ahora, el cercado, el que se muere por luchecillo y por quienes se han apropiado descaradamente de sus playas y riberas con construcciones, algunas casi faraónicas, iluminadas la noche completa.
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