Sin duda las palabras de Ricardo Altamirano de esta columna calarán muy hondo en quienes recuerdan al Lanalhue de antaño, ese libre, cristalino, de pescar; no el de ahora, el cercado, el que se muere por luchecillo y por quienes se han apropiado descaradamente de sus playas y riberas con construcciones, algunas casi faraónicas, iluminadas la noche completa.
En varias oportunidades Jaime Sperberg ha escrito acerca del daño irreparable que se hace al lago Lanalhue y su entorno al amparo del poco respeto a la naturaleza de quienes se han instalado en sus márgenes y a la escasa fiscalización de parte de los organismos públicos que debieran cautelar la normativa y disposiciones legales.
Y en un recorrido que hiciéramos semanas atrás pudimos constatarlo. Desde Puerto Peleco a Lincuyin se aprecia el destrozo y apropiación de la ribera. Cientos de viviendas de todo tipo han hecho desparecer aquellos lugares que conocimos y disfrutamos en nuestra niñez y adolescencia, cuando éramos prácticamente los únicos (los Reyes y los Altamirano) que veraneábamos por allí.
Compartiendo en distintos lugares a los que siempre les colocábamos un nombre relacionado con alguna anécdota o situación que lo motivara (Puerto La Garza, Puerto Quiere, Las Toscas, La Angostura) además de los oficialmente conocidos como El Refugio, Peleco, Punta San Martín, Punta del Ciervo, Palihue. Y el paraíso de la pesca, La Boca, que era y es el desagüe del Lago hacia el mar. Inolvidables amaneceres y crepúsculos capturando truchas, percas y pejerreyes. Y las despreciadas carpas, que gozaban y gozan de mala fama, por alguna razón que hasta hoy desconozco, porque a pesar de su aspecto poco agradable, son absolutamente comestibles.
Y hoy que encontramos. Los antiguos puertos convertidos en sitios “privados”, sin acceso a las playas. Algunas construcciones casi faraónicas, iluminadas la noche completa, seguramente disfrutando de la TV y de las conexiones internet (hasta los nietos tienen tablets), olvidando quizás, que afuera brilla la luna llena y que el silencio manda, salvo, por supuesto que algún trasnochador no salga a correr su lancha rápida.
Y no dejamos de recordar las amenas tertulias familiares alrededor de una fogata, repasando la jornada diaria, preparando la siguiente, distribuyendo tareas, como ir a buscar agua a las vertientes cercanas o recopilar leña para la improvisada cocina y la fogata de la noche siguiente, para lo cual las riberas eran generosas, ya que en la época invernal, los cambios de viento se encargaban de depositar en las márgenes del lago una cantidad impresionante de maderos de todo tipo de forma tal que nunca recurrimos a la tala para abastecernos.
Una gran compañía resultaron ser las primeras radios a transistores, que nos permitían ponernos al tanto del acontecer noticioso y escuchar el festival de Viña, cuando era realmente un festival de canciones en competencia, mientras, tendidos de cara al cielo estrellado apostábamos a quien era el primero en descubrir un satélite artificial cruzando el cosmos.
Sin duda que son otros tiempos y que las actuales generaciones tienen y valoran sus propios intereses y formas de vida. Pero extrañamos ese Lago Lanalhue casi mágico, incontaminado y limpio. Extrañamos ese paraíso de la pesca deportiva. Por si no lo saben, en el desagüe se está formando una barra ocasionada por la proliferación de algas en que el fondo está a menos de un metro y que talvez sea la causa que el nivel del lago esté a niveles poco normales para esta época. El cauce del desagüe está por ello semi bloqueado y tal vez en pocos años más se bloquee por completo, subiendo su nivel, haciendo desaparecer playas, inundando canchas de tenis, sumergiendo muelles y tal vez anegando casas como las que denuncia Sperberg.
Y para terminar estas reflexiones y recuerdos cabe preguntarse si acaso los antiguos habitantes no estarían haciendo una premonición al nombrar este lugar como el de las “almas perdidas” o donde “vagan las almas de los muertos ”.Y paralelamente no dejo de pensar en la letra de una canción de Eduardo Falú y parafraseándola diríamos:
"El lago, ya no es el lago,
el árbol ya no es aquel,
se han volteado hasta el recuerdo,
entonces ¿a que volver?"
Pero como dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en el mismo lugar, a pesar de todo volvemos a reencontrarnos con nuestros recuerdos. Así están las cosas y no dejo de recordar una frase que surgió una noche cualquiera cuando éramos los únicos veraneantes y nos sentíamos con todos los derechos que nos auto conferíamos y que se transformó casi en un rito gritarla a todo pulmón en medio del Lago:
¡“DE QUIEN ES EL LAGO,M….!
Bueno, ahora tiene dueños. Y es lo que hay.
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