Así cantaba Gardel en uno de sus famosos tangos. Que es un soplo la vida y veinte años no son nada. ¿Y entonces, sesenta y dos que son? Más que un soplo, con certeza. - Así comienza el relato que nos entrega Ricardo Altamirano, lleno de nostalgia justo cuando volvió por unos días a su tierra de niño.
Era el año 1953. Cursaba el Quinto Año en la antigua Escuela 1, esa que ya no luce frente a la Plaza por las razones que conocemos. Una mañana de marzo, recién iniciado el año, nuestro Director, el inolvidable don José Reyes aparece en nuestra sala y le dice a la Profesora:
“Señorita, aquí le traigo un nuevo alumno”.
Tras él un joven moreno y alto. Se notaba que era algo mayor que nosotros. Y muy de terno y relucientes zapatos negros. No nos quedó ninguna duda que era de ascendencia mapuche. Más aún cuando la Profesora le dijo “siéntese allá, en la última fila”. Y no sólo porque fuera alto, sino porque era mapuche. En años anteriores habíamos tenido compañeros mapuche y esa era la tónica. Sentarlos en la última fila. Recuerdo – y he olvidado sus nombres, que también es una forma de discriminación – a unos que llegaban todos los días del sector de Ponotro y lo hacían caminando por la línea férrea. Los días de lluvia, que no eran pocos, completamente mojados. Se secaban con la ropa puesta en la última fila y esa era una de las razones por qué los sentaban allí. Pero, sin duda que había otros motivos para que los profesores establecieran esas diferencias. Y por reflejo, nos las transmitían.
Pero resultó que este nuevo compañero, mayorcito, terneado y de la última fila se transformó en el mejor alumno del curso. Además fue incorporado a la selección de fútbol de la Escuela y en el Abanderado cuando desfilábamos en las ceremonias oficiales frente a la Gobernación. Egresó con honores al año siguiente, como el mejor alumno de su promoción. Ya no éramos compañeros de curso, porque yo estaba ya en el Liceo, por decisión materna, de común acuerdo con el Director del establecimiento, don José “Cucho” Miranda.
Allí nos reencontramos y cuando terminé el Liceo – que solo tenía hasta Tercero de Humanidades (lo que ahora sería Primero Medio)- nos vimos por última vez a fines del año 1956 o quizás en el verano del 57, cuando por decisión paterna me llevaron a completar la enseñanza secundaria al Liceo de Hombres de Talca. En esos últimos encuentros me contó que esperaba terminar el Tercero para postular a la Escuela de Especialidades de la Fuerza Aérea, porque su gran sueño era volar.
Y no supe más de él hasta septiembre del año 2005, cuando viajando entre Concepción y Cañete en un taxi colectivo, un compañero de viaje resultó ser de su familia.
Al preguntarle nos dijo, “es mi tío y vive en Estados Unidos”.
Y unos años más tarde, mi hermano Javier me reenvió un correo electrónico que decía algo así como “leyendo una crónica en Lanalhue Noticias, recuerdo que en la Escuela 1 tenía un compañero Altamirano, no sé si Homero o Ricardo, que son los que escriben ahí. Agradecería me lo aclararas”.
Y entonces retomamos el contacto y estuvimos los últimos años intercambiando saludos y haciendo recuerdos. El viaja con cierta frecuencia a Chile –Cañete incluido- a visitar a sus familiares de su natal Elicura.
Y seguimos con Gardel. Después de sesenta y dos años, cuando las nieves del tiempo platearon nuestras sienes, nos reencontramos, hace como dos meses, en Santiago, un día antes de su retorno a EEUU.
Faltaron horas para los recuerdos. Al contarle los que tenía de su aparición en aquel Quinto del año 53 me contó que estudió hasta Tercero en la Escuela de Elicura, que era el último curso que había allí. Su padre lo dejó en casa para que ayudara en las tareas del campo y estuvo un año así. Al año siguiente su padre le dijo,” llegó Profesor nuevo a la Escuela y así que te voy aenviar de nuevo”. Y volvió a Tercero. Después intervino su abuelo, quien lo llevó a Cañete el año siguiente y por su edad lo pusieron en Sexto año.
“Me tocó de Profesor el Flaco Lavín, en la sala que era la Biblioteca de la Escuela, en el primer piso”.
El Profesor nos dijo- “jóvenes, vamos a hacer un repaso de lo que han aprendido. Y empezó a preguntar de Historia, de Gramática, de Geometría, de Botánica. Para mí era como hablar en chino. No entendía nada”.
Terminado el repaso el Flaco Lavín se para frente a mi banco y desde la altura me dice:
” Tú nunca levantaste la mano para responder algo. ¿De qué Escuela vienes y de qué curso?
“De la Escuela de Elicura, de Tercero señor, le respondí”.
“Me agarró de un ala y nos fuimos a la Oficina del Señor Reyes y le dijo que no era alumno para Sexto, así que entonces Don José me llevó al Quinto y ahí nos conocimos”.
También me contó que finalmente no ingresó a la Fuerza Aérea, sino que a la Escuela de Grumetes y allí se especializó en Aviación Naval, cumpliendo con creces sus sueños de remontarse por los cielos. Terminó trabajando en una aerolínea nacional y allí tuvo la oportunidad de conocer otros países, otras gentes, otras culturas. El año 1968 se fue a trabajar a Estados Unidos y allá vive, en California.
Este compañero, además de ser el mejor alumno de la Escuela, arquero de la selección de fútbol y Abanderado oficial, motivos por lo que lo admirábamos, fue un gran compañero de curso y mejor amigo, que me defendió en el patio más de una vez, cuando los grandotes intentaban abusar de los más pequeños. Pero lo que más aprendí de él fue a no discriminar a las personas por su origen, sus creencias, su apariencia o su vestuario. Ese compañero y amigo es Fernando Alonso Huaiquivil y por su compañerismo, amistad y ejemplo imborrables me permití dedicarle uno de mis últimos libros, aquellos que presentamos en Cañete y Contulmo en agosto pasado.
Y por supuesto, ya tenemos en agenda un próximo encuentro, cuando se aparezca por Chile y lo haremos, seguramente con más nieve en las sienes, pero no con el corazón marchito. TAN, TAN.
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