Siendo yo muy niño mi abuelo Don Francisco Flores Neira tenía un amigo conocido en Cañete como "el Viejito Antipas" del que nunca supe su nombre. Este viejito era buscador de oro por todos los fundos y quebradas en Cayucupil y lugares cercanos.
Recuerdo que una vez con mi papá en el sector de El Avellanal encontramos que tenía unas instalaciones y enseres donde "mineaba". Este viejito tenía un perro llamado "Fiel".
Esta introducción es a consecuencia del relato que me ha hecho llegar mi amigo Don Jaime Ademir Aravena Medina, relato que comparto tal cual él lo ha enviado.
Escribe Jaime:
Al escribir estas líneas quiero a travéz de ellas contar vivencias de un pasado oficio que ya está extinto, el de minero de oro.
Mi vivencia en particular es que siendo yo un joven de 15 años cuya trayectoria de vida había pasado por varias etapas y circunstancias con el fin de salir adelante estudiando en el Liceo Politécnico de Lebu y aprovechando los meses de vacaciones trabajaba en diversos oficios como vendedor de empanadas, siendo mi lugar favorito el Restaurant El Olimpia donde la clientela era excelente y además las empanadas de mi vieja eran exquisitas.
Lo otro que hice fue vender el diario para un conocido suplementero de Cañete como era el Amigo Chávez en la época de los 80.
Ya se aproximaba otro período de vacaciones y como se dice por datos me informé acerca de un proyecto aurífero que el gobierno de la época tenía en marcha, este consistía en que la Municipalidad otorgaba herramientas y un incentivo económico que serían como $5000 para aquellos que se aventurasen en la búsqueda de oro.
Yo conocía a cierto personaje de Cañete de nombre Carlos Aguilera apodado “mi Rey”, minero de profesión, fue él quien me habló del plan y me presentó a los encargados del proyecto, para ello tuve que pedir autorización notarial de mis viejos y poder embarcarme en dicho proyecto.
Fue también este amigo quien me llevó a la mina y me enseñó el arte de "minear" como lo llamaban los viejos; el lugar quedaba cerca de Cañete en el río Caramávida, allá me entregaron las herramientas (una picota, pala, una carretilla y otros enseres), para que mas adelante bajo la tutela de Don Carlos me asignara el sitio donde tenía que cavar.
Cuando llegué por primera vez al lugar de trabajo quede impresionado, miré por todos lados si había alguna máquina ( tractor , cargador, en fin ) pero no, no había nada ; ahora el por qué de mi impresión, lo que vi eran montones de piedras de todos los tamaños; apilados como una gran montaña; como las que se ve habitualmente en una cantera , bueno el responsable de todo eso era el trabajo realizado por Don Carlos a punta de picota, pala, carretilla y mucho ñeque, pues don Carlos para ese entonces tendría como 55 años o más.
El lugar trabajo mío era paralelo al de Don Carlos, el me dió las instrucciones como empezar y como tenía que abordarlo, me asignó un sitio demarcado como una superficie aproximada de 90 mt cuadrados, cuya extensión llegaba casi al borde del río.
Comencé cavando una zanja bien profunda y tuve que desviar parte del cauce de agua del río para llevar agua hasta la zanja y así lograr ablandar el terreno. El fin de esto era llegar al manto ( placa compacta de piedras) en el cual se encontraba el oro, cuya profundidad desde la superficie al manto era de 3 mt; en ese lugar ya habían explotado otros mineros.
El tema es que había que remover toda esa cantidad de tierra y el gran aliado era el agua , esta tarea me duró como una semana y al final el agua hizo su pega y desplazó como 200 mt cúbicos de tierra dejando a la vista el manto donde comenzaría a picar y a lavar piedras.
El trabajo era duro. me dolía la espalda y las manos al picar, los brazos con la carretilla, pero ahí estaba y no podía mostrarle debilidad al experimentado minero “ Mi Rey” .
Recuerdo un día en que me enfermé, me dió escalofríos y vómitos; fue entonces que Don Carlos haciendo uso de sus conocimientos medicinales me preparó un tacho ( tarro duraznero) con hierbas, hojas de quila y azúcar quemada, me lo tomé y santo remedio, comencé a sentir calor y al poco rato estaba listo para seguir picando piedras.
Lo entretenido era la hora del almuerzo se preparaba una fogata y el tacho con agua y Don Carlos tomaba mate y yo me preparaba un jarro de café de trigo con hojas de boldo que me mandaba mi vieja y Don Carlos comenzaba a contar la gran cantidad de historietas y vivencias que tenía, un tema habitual era la continua disputa que sostenía con los guardabosque de la forestal, ya que según Don Carlos, la ley lo amparaba para extraer el oro; eso quería decir que si la veta se adentraba por terrenos de la forestal el seguía el curso de la veta, si había árboles, tierra u otras especies llegaba la máquina de Don Carlos y echaba todo río abajo.
Una vez le pregunté a Don Carlos por qué eligió ese lugar para minear y como sabía que existía oro, me contó que en cierta ocasión pasó por ese lugar algo tarde y tuvo una visión y en ella veía que en esa quebrada emanaba un fuego abrazador, días después vino al lugar con algunas herramientas e hizo un ensayo con un platacho que consistía en un plato grande de madera, excavando en diferentes puntos realizando el lavado de aquellas piedras encontrando algunas pepitas de oro, y entonces realizó los contactos con las autoridades y tras los permisos comenzó su trabajo el cual llevaba como 3 años en dicho lugar.
El hombre tenía una familia numerosa; como 14 personas que dependían de él por lo tanto la extracción del mineral era vital para el sustento familiar.
Volviendo a lo mío; seguía picando y lavando piedras y acumulando en un lugar distante, parecía a esos reos que veíamos en las películas en los televisores de blanco y negro un IRT a batería que tenía mi viejo , Don Carlos de vez en cuando me venía a supervisar y a preguntarme como me sentía , se veía preocupado porque quizás pensaba que yo no me la iba a poder con la pega, pero ahí estaba; una vez extraídas las piedras grandes comenzaba con las chicas dejando al final solo el molido como gravillas, teniendo todo esto listo con la ayuda de Don Carlos comenzamos a realizar el levante del oro cuya tarea era colocar unas canoas con unas mallas y hojas de quila en donde se dejaba el material de gravilla y se dejaba correr el agua por la canoa.
De repente me embarga la emoción al ver correr el agua por la canoa y al desplazar las piedras aparece el resplandor de una pepita de oro en el fondo de la canoa, Don Carlos, hombre lleno de supersticiones me dice “ no hagas ruido y no te emociones porque el oro se puede correr” y me explicó que según las creencias antiguas que la avaricia y las emociones hacía que el oro se corriera y cosas así.
Ese día estuvimos ocupados lavando todo el material hasta que quedó solo el concentrado de aquel enorme peñasco de material y tierra que con la ayuda del torrente de agua quedo reducido a unos cuantos envases plásticos.
Con la ayuda del platacho y la habilidad de Don Carlos se comenzó a lavar el concentrado y tras los movimientos circulares que hacía Don Carlos con el platacho se ve relucir a la luz de sol el preciado metal; el fruto de 45 días de duro trabajo, atrás quedaban los dolores de espalda, los brazos, las manos encallecidas, los escalofríos, el estar todo el día mojado y lo peor la dura pelea con los tábanos que abundaban y se multiplicaban….. pucha que eran jodidos ; ahí estaba el fruto de mi esfuerzo estaba emocionado.
Don Carlos me dice "veamos cuanto fue la cosecha" y con un instrumento muy rústico fabricó una balanza con tapas de tarros y como referencia usaba palos de fósforos; según don Carlos un palo de fósforo pesaba 1 décimo por lo tanto 10 fósforos equivalía a 1 gramo; bueno para asombro mío y para Don Carlos quien quizás en un momento dudó de mis capacidades físicas porque era un mocoso, pero con ganas de ganarle a la vida, como resultado final arrojó 18 gramos de oro.
La alegría fue enorme, llegué a casa; yo vivía con mis abuelos, les enseñé lo que había extraído desde las extrañas de la tierra, nunca voy a olvidar las caras de felicidad de mis viejos al sentirse orgullosos de su nieto.
Ahora había que canjear el oro por efectivo, así que partí para Concepción y en una galería donde había una joyería (dato de Don Carlos) me compraron el oro, para asombro mío la cantidad que arrojó fue de 18.250 gramos muy cerca de lo había pesado Don Carlos con su rústica balanza y su particular forma de medida.
Ese dinero me sirvió de mucho, tanto para mis estudios como para ayudar a mis viejos.
Después de un tiempo supe que Don Carlos se cambió de lugar, ya que la mina se había agotado y según él había tenido otra visión en un lugar que se llama Reputo cercano a Cañete; se comentaba que le estaba yendo muy bien porque se había comprado un jeep Willys, antiguo pero bueno; y con parte de su familia seguía excavando, lavando piedras y extrayendo el preciado metal.
A la fecha no sé qué paso con Don Carlos, lo único que sé que con su esfuerzo y sacrificio sacó a su familia adelante en tiempos muy complicados