Profesores de la gloriosa "Escuela 1" de Cañete, casi olvidados y sin huellas actuales para encontrarlos es lo que nos cuenta hoy Francisco Flores Olave, con su incomparable amena forma de escribir que ya nos tiene acostumbrado.
Recuerdo que entré a primer año básico en la Escuela de Hombres Nº1 de Cañete en el año 1964 con el profesor Sr. Hipólito Palacios, un hombre dotado de una gran capacidad y paciencia para enseñar a niños pequeños como éramos nosotros; su calidad pedagógica era de tal magnitud que a los pocos meses de estar con él, muchos ya sabíamos leer y desenvolvernos en el libro que usábamos para el efecto; en los números y en las actividades artísticas dentro de la sala éramos un verdadero espectáculo, con “cantantes” como Rubén Carrasco , Jorge Rivera, Dagoberto Gallardo, por supuesto el que escribe, y todo esto era premiado con sendos jarros, no vasos ; sino jarros de leche, que traíamos nosotros mismos desde la cocina y que eran preparados por esa gran Maestra allí , como era la señora Nena.
El señor Palacios nos enseñó que cada vez que se abriera la puerta de la sala y entrara alguna persona, debíamos, cual militares levantarnos inmediatamente de nuestra silla en señal de saludo.
Entonces en una oportunidad entró el Señor Enrique Matamala, el mismísimo Director de la Escuela; quién al ver nuestros reflejos en el saludo quedó completamente maravillado, razón por la cual repetía reiteradamente la entrada a la sala solamente para ver nuestra rapidez en ponernos de pie, situación que lo ponía muy contento, y nos felicitaba por ello.
Nunca he olvidado de aquel año el cuento del Pájaro Azul, con las aventuras de Tiltil y su hermana Mitil en busca del mentado pájaro y la felicidad que este proporcionaba, tampoco he olvidado las “dramatizaciones” que tratábamos de hacer de este cuento y lo divertido que era aquello.
El año realmente pasó volando, como el Pájaro Azul; y un día de diciembre nos encontramos recibiendo nuestro certificado de promoción a 2do año, algunos con nota sobresaliente; y… lamentablemente algunos fueron remitentes, me parece que fueron 2; lo que nos causó pena porque quedarían atrás.
En segundo año, ya no nos enseñaría el señor Palacios; sino el Señor Maureria, un hombre muy serio nos pareció al principio en contraste con lo divertido que era el señor Palacios; pero a poco andar se convirtió prácticamente en el papá de cada uno, con una dedicación personalizada se podría decir en el arte de enseñar.
Recuerdo que en ese tiempo yo llegaba todos los días atrasado, por uno u otro motivo; y el Señor Maureria con ese atributo divino que se llama comprensión; decidió pasar lista después que llegara yo, para así no tener que corregir lo ya anotado en el libro.
Aparte de reforzar lo ya enseñado por el señor Palacios en lo que se refiere a lectura, ideó un plan para enseñarnos a sumar, restar, multiplicar y dividir.
En ese tiempo (1965) ni soñar con calculadoras y artefactos parecidos; así que cada uno de nosotros tuvo que auto-proporcionarse una gran cantidad de palitos de mimbre divididos en decenas, docenas, centenas, y una gran cantidad de “enas” hasta completar mil; piensen en el problemita para cada uno; menos para mí que alrededor de mi casa se producía mimbre en abundancia.
Hasta que de repente Hugo Moreno Padilla se iluminó y gritó a todo pulmón: ¡Vamos a la casa de Flores a buscar mimbre! Y llegaron todos allá depredando casi por completo el lugar, pero todos se fueron felices porque tenían el material para trabajar en clases; además que mi mamá los atendió con agua y harina tostada, entonces más contentos se fueron.
En clases la fórmula era la siguiente: se colocaba la mesa del profesor en el centro para que todos viéramos lo que iba a suceder, los más pequeños que eran Zambrano (Champita) y Gallardo (“el gigante recortado”); ayudaban a colocar las cantidades a trabajar en montoncitos previamente indicados por el Señor Maureria; después de eso él mismo se colocaba en el centro de la mesa mostrando las cantidades, y alzando la voz decía : “Acá tengo…; y le quito… ¿cuántos quedan?”; y arrojaba los que quitaba al piso; y entonces se producía algo especial…
Nosotros habíamos sido educados por el señor Palacios que cuando se le caía algo a alguien, debíamos estar prestos a recogerlo y entregarlo a quién se le había caído; por lo tanto la primera reacción nuestra era correr a recoger los palitos y devolverlos al Señor Maureria; entonces el reaccionaba diciendo: Déjenlos ahí … ¿cuántos quedan? ; Nosotros contestábamos…” ¡tantos!”… ¡Muy bien! decía él; y enseguida se apartaba y corríamos a recoger los palitos y se los devolvíamos.
El Señor Maureria nos miraba fijamente, y sólo decía: “muchas gracias, los felicito”.
Con el sistema de los palitos aprendí a sumar, restar, multiplicar y dividir; nunca he necesitado otra cosa que no sea mi mente para hacerlo; por lo mismo hoy me da tanta rabia cuando voy a comprar a algún lugar y el cajero es un (a) joven, que necesita una calculadora para sumar 1800 más 1200, por ejemplo; entonces pienso: “que falta hicieron los palitos de mimbre en su escuela”.
El Señor Maureria nos revisaba las tareas en forma personal a cada uno; de uno en uno; no había forma de evitarlo; formaba parte de si mismo aquello; y todos los días lo hacía; todas las tareas eran revisadas de uno por uno; nunca he podido explicarme de donde sacaba tanto tiempo para hacerlo. ¿Lo harán así hoy los profesores? No lo creo.
Pasamos a tercer año con el Señor Maureria y estábamos progresando mucho más en el arte de leer, escribir sin faltas de ortografía, en comprensión de lectura, y por supuesto seguíamos trabajando con los palitos; hasta que un día, que no recuerdo cuál fue…
…llegamos a clases, y el Señor Maureria no llegó; vino el señor Matamala el mismísimo Director de la Escuela, venía con otro de los profesores quién se iba a quedar con nosotros por unas horas; EL SEÑOR MAURERIA SE HABIA MARCHADO A CONCEPCIÓN desde donde nunca más regresó.
Nos envolvió una tremenda pena que nos dieron ganas de llorar a todos, y lo peor fue que nos convertimos en un curso paria de la Escuela; no teníamos profesor; los que venían lo hacían por un par de horas que les pagaban extras; no tenían interés en nosotros más allá del dinero que les reportaba estar algún tiempo en nuestra sala.
Y así pasaron un par de meses del año 1966, del curso 3er año “B” en que estuvimos sin profesor de planta; hasta que un día, llegó un joven moreno, bajo, muy serio, le gustaba pasearse con las manos tomadas por detrás; nos miró fijamente a cada uno como estudiándonos; nosotros a él también; y nos dijo: “me llamo Valentín Rocha Molina y desde ahora soy su profesor; las cosas a mí me gustan claritas , al revés y al derecho; igual que las tablas, al revés y al derecho”.
Y entonces el señor Rocha comenzó a…; pero bueno, ese es tema para otra historia.
Anexo
En un contacto telefónico con Don Sady Enrique Maureria Ferrada, Ingeniero y también Profesor, sobrino suyo; me informa que su nombre completo era Ubaldo Maureria San Martín, se casó con Elba Venegas Suboficial de Gendarmería a quién conoció cuando comenzó a hacer en clases en la cárcel "El Manzano" de Concepción.
También fue galardonado por más de 30 años sirviendo en la educación pública a través de la Municipalidad en Talcahuano.
Lamentablemente no tiene el dato porque el señor Maureria se mudó de domicilio y le perdió la pista hace como 2 años, pero si el Señor Maureria vive hoy tiene 87 años de edad.
Ojalá así fuera.
*** SIN COMENTARIOS INGRESADOS***