Hace pocos días atrás supimos de la trágica muerte de Luis Arnoldo Cabrera, un gran personaje de nuestro pueblo durante casi tres décadas (60’s al 80’s), muy conocido y querido por gran parte de Cañete. Hoy Francisco Flores, que lo conoció de cerca en algún tiempo, a modo de recuerdo, escribe sobre él.
Se pierde en los recovecos del tiempo y la memoria la primera oportunidad que escuché a mi tío Domingo Flores decirle a su hermano, mi tío Carlos Flores; que un receptor de radio que se había echado a perder había que llevárselo al “Loco Cabrera”.
Años mas tarde cuando estaba practicando en la sala de sonido de Radio Millaray, mi amigo Tito Muñoz por un desperfecto que había en el transmisor de la misma, y como no había la facilidad que hoy existe en lo que a telefonía se refiere; se ofreció para ir hasta su taller a buscarlo.
Pasado algún rato se escuchó unos bocinazos en la esquina de calle Villagrán con Videla donde se ubicaba la emisora; Juanito Gutiérrez se asoma a la ventana y le dice a Tito; “ya, ahí está “el Loco” salió Tito Muñoz corriendo, se subió al auto y se fueron.
Juanito Gutiérrez sabía el protocolo que había que seguir en estos casos así que busco un Long-Play instrumental de cierto grupo y lo colocó en un tornamesa para que sonara.
El sonido al aire se interrumpía por momentos lo que daba a entender que “el genio” estaba trabajando.
Pasado un tiempo, tal vez semanas me avisan que Arnoldo irá hasta el transmisor a realizar algunos ajustes.
En cierto momento entra un tipo relativamente joven, treintón seguramente; que con una manera algo acelerada de hablar me pregunta por Juanito Gutiérrez; no está- le explico; me dice que Juanito sabe el disco que le gusta que suene para poder hacer el arreglo; --le digo que yo sé cual es el disco. “Ah, sí? Me responde.
Le muestro el disco; es decir lo hago sonar en monitor interno; y Arnoldo me dice “sigue así no más que vas muy bien”
Con el tiempo comenzamos a cultivar una amistad que si bien, no fue muy estrecha, siempre la sentí muy sincera de su parte.
Lo encontraba muy rápido de ideas, acelerado para hablar, me costaba ir a la par con él, pero nos entendíamos.
Un día se percató de que mis preferencias musicales iban por lo melódico, especialmente los boleros de Javier Solís, así que un día me pidió que pasara por su taller porque me tenía un regalo.
Cuando llegué a su taller que estaba al lado de “Relojería Tic-Tac” por calle Saavedra casi con Serrano, conversamos mucho, de todo; yo encontraba que dominaba muchos temas, además que era muy afable en las conversaciones, a pesar de su temperamento alocado.
Llevábamos como una hora conversando cuando de pronto mete la cabeza entre unas cajas al mismo tiempo que me dice: “aquí tengo lo que te prometí”
No podía creer lo que me estaba pasando, el disco Long-Play de Javier Solís “Payaso”
Muy anhelado por mi parte, pero imposible de conseguir en Cañete. Por mucho tiempo fue un tesoro muy preciado hasta que tuve la mala idea de prestárselo, junto a otros discos, a un amigo. Nunca más vi los discos, ni a mi amigo.
La anécdota mas grandiosa que tenemos en común con Arnoldo es la oportunidad en que durante el verano del año 1976 me pidió hacerme cargo del equipo sonido que le han arrendado para un rodeo en el casino de la medialuna de Lloncao.
“Cobré $ 200” me dijo, “nos vamos “miti y miti” y nos fuimos un día viernes por la noche hacia Lloncao y una vez que dejó todo instalado se marchó a Cañete. Yo quedé a cargo de la música.
Cuando regresó a buscarme el domingo por la noche yo no sabía del mundo, de equipos, ni mucho menos de rodeo; Arnoldo quiso servirse una botella de vino por cuenta del arriendo de equipos y resultó que yo estaba sobregirado como en $20. De puro enojado agarró todas sus instalaciones las tiró al automóvil y se marchó dejándome tirado en el lugar.
Como a los 4 días nos encontramos por calle Villagrán en Cañete y con la mejor de las sonrisas me pregunta ¿cuándo nos vamos a Lloncao?—Cuando quieras le contesté. Nunca supe que le haya hecho algún comentario a alguien al respecto.
Por marzo de 1980 viajo a Cañete por un asunto familiar, y en la emisora había ocurrido varios cambios, Arnoldo era el Director-Responsable, no estaba Tito Muñoz Fuica, entre otros.
Arnoldo me ofrece regresar a la emisora, cosa que hago a la semana siguiente, las fechas exactas no recuerdo.
Para el día 1ro de mayo de ese año las cosas estaban transcurriendo en calma por la noche en la emisora cuando de improviso llegó “El Jefe”, así se le decía; como a las 21.00 horas.
“Ya, jóvenes-dijo; vamos a ir a celebrar el día del trabajador”; quienes estábamos ahí nos miramos extrañados porque antes nunca había ocurrido algo así.
¿Qué bicho le picó? Nos preguntamos.
Nos fuimos todos en su automóvil hasta el Restaurante “On Raúl” de Don Raúl Ávila que estaba en la calle Villagrán entre Videla y Serrano. Allí compartimos una “pichanga” y varias botellas de distintos vinos. Hasta discursos hubo; eso fue lo mejor.
Un par de meses mas tarde para el día del Trabajador Radial; el 21 de septiembre nos trasladamos hasta orillas del río Butamalal en Cayucupil en donde tuvimos un agradable día de campo y esparcimiento junto a “El Jefe”, su familia y nosotros.
Arnoldo Cabrera Soto, tenía una personalidad bien curiosa, era alocado, acelerado para hablar. Muy rápido de ideas; pero a la vez era inocente como niño, también dado a escuchar ideas y sugerencias. Con el tiempo he pensado que tal vez esa virtud fue lo que nos llevó a tener problemas entre los dos.
Sucede que yo hice amistad con Gustavo Varas; programador musical de Radio Nacional de aquella época y regularmente viajaba a Santiago y traía discos nuevos para la emisora y algunos para mi discoteca particular.
Aquello causó los celos de uno de mis compañeros en la sala de sonido quién con intrigas arrastró a otro y comenzaron los chismes con “El Jefe”. Que este disco, que este otro tema, que “hay que decirle que no traiga más música; que no toque esta o esta otra”.
En fin, cosas de esa naturaleza que fueron contaminando el buen vivir entre todos y en especial mi relación con “El Jefe”.
Hasta que un día a mediados de diciembre de 1980 tuvimos una fuerte discusión y yo tomé la decisión en emigrar a Santiago nuevamente, pero esta vez de manera definitiva.
Con el paso de los años y la calma que estos traen, me he dado cuenta que Arnoldo Cabrera Soto nunca se enojó conmigo, solo que fue mal aconsejado y como ya dije ese aire de infantil inocencia del cual era portador , fue la que nos condujo a una discusión que nunca debió ser.
Por lo anterior, hace unos días conversando a través del teléfono con mi hermano Luis y me hizo saber del trágico fallecimiento de Mi Amigo Arnoldo, entonces me invadió una gran pena y un desaliento de aquellos que sólo se tienen al perder una joya de mucho valor.
Es que mi amistad hacia Arnoldo Cabrera Soto “El Loco” está tan vigente como en tiempos pretéritos y nunca he dejado de sentir agradecimientos sinceros y admiración genuina hacia su persona.
Luis Arnoldo Cabrera Soto; Mi Loco Amigo, Descansa En Paz.
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