Cuesta creer o entender que un club que se dice ser grande pueda haber llegado por tercer año consecutivo a sufrir el fantasma del descenso, salvando la situación de bajar de categoría en un partido de infarto en la última fecha que tuvo a la gran familia azul de Arica a Punta Arenas con el corazón en la mano. Como que estuviera escrito que la U tenga que sufrir hasta el final para lograr objetivos tanto en el éxito como en el fracaso.
Por supuesto que no debería ser un motivo de celebración, aunque resulta inevitable no pensar en que durante 30 minutos estuvo en la primera B del próximo año y en los últimos minutos remonto un 0 a 2 y lo dio vuelta de una manera épica con características de hazaña. En ese momento todos se olvidaron de los motivos por los cuales llegaron a esa instancia y la pasión supero a la razón dando rienda suelta a la euforia como si hubieran ganado un título.
Un club con tanta historia, con esa pasión que contagia a cualquiera, no merece caer en estos episodios de crisis de carácter institucional que deriva por inercia en una desorientada y desconcertante campaña en materia deportiva. El futbol a veces no tiene lógica, pero el desenlace de este campeonato para los azules respondió plenamente al actual momento, porque cuando las cosas se hacen mal no se puede esperar otra cosa que no sea el fracaso.
Han sido muchos y reiterados los errores que se han cometido en la conducción directiva en este último tiempo y por eso no es tan extraño que los resultados deportivos hayan sido notoriamente malos o muy malos. Una lección que ya es hora que los actuales dirigentes de la concesionaria puedan aprender, creo que si no hay un cambio estructural, los románticos viajeros difícilmente podrán enmendar el rumbo y salir de este mal momento.
Es hora de que se tomen las medidas correctas y adecuadas para recuperar la ilusión. Su camiseta, su gente, su incondicional barra, necesitan que la dirigencia se ponga a la altura de lo que significa la U en nuestro futbol y en el alma de la mitad de los chilenos.
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