Francisco Flores nos sigue contando sus historias, las de la época pasadas hace unas décadas, historias que pudieran ser nuestras.
Desde muy temprana edad sentí el deseo de estudiar mecánica automotriz; y tanto era mi deseo que mi papá habló con su amigo Don Tito Sáez que tenía en aquellos años un importante taller mecánico en la calle Uribe de Cañete para que me recibiera como aprendiz; Don Tito le dijo que una vez que egresara de 8vo año Básico él podía recibirme en su taller en esa calidad. Nunca fui allí.
Al egresar de 8vo año básico en 1971 mi mamá fue a matricularme en la Escuela Industrial de Lebu para el año 1972 y tal como yo se lo pedí habló con su hermana Rosa Fernández Olave para que me permitiera estar en su casa durante el año escolar. Por los aplausos, se entiende.
A pesar de mis conocimientos de Lebu el primer día de clases anduve mas perdido que el Teniente Bello porque no sabía donde estaba mi colegio ya que fui a parar a uno que estaba frente de la Plaza de Armas por la esquina sur- poniente y que se llamaba Escuela Vocacional y fue allí donde me indicaron exactamente donde debía ir. Demás está decir que no entré a clases en la mañana porque a las 8.15 horas cerraban la puerta.
Una vez que ya estuve en mi sala y con mi curso el profesor de inglés dijo “voy a hacer una evaluación a través de un control escrito cuanto y qué saben de inglés”
A medida que esta evaluación la terminábamos se la dejábamos en el escritorio para su revisión; de pronto el profesor, ( que no recuerdo su nombre) dijo: “Flores , ¿quién es Flores?... tímidamente me levanto de mi asiento y digo, con una voz entrecortada …” Yo…Señor” a lo que él me pregunta; “usted habla inglés?--- No Teacher.--contesto--¿Está seguro? Pregunta otra vez. --- No Teacher. contesto de nuevo.
Él profesor me dice: “el control que acabo de hacer me indica que usted habla inglés”. NO, Teacher- le respondo; lo que sé lo aprendí en la Escuela Nº1 De Hombres de Cañete del Profesor Señor Hipólito Palacios en el ramo de inglés. Él dice, ese profesor debe ser muy bueno. Le respondo; Sí Señor de los mejores. Por último me dice “cuando sea necesario usted me va a ayudar con la clase. OK. le respondo.
Como era de los llamados “externos” del colegio hay varias cosas de las que no tengo antecedentes, pero un día al llegar a clases en lugar de los Inspectores había alumnos en la entrada y nos indican que debemos reunirnos todos en el auditorium para una reunión general porque el establecimiento está tomado por una huelga.
En esta reunión se habló de los objetivos a lograr y que eran varios; entre ellos la falta de salas de clases que era un problema originados en los años ´60 cuando por causa de un incendio se habían quemado varias ( por no decir la totalidad) de las salas de clases lo que causaba que los alumnos que eran internos, es decir los que dormían en el establecimiento debían levantarse temprano y atrincherarse en una sala para asegurar esta para cuando llegáramos los demás.
Hicimos varias huelgas y marchas a la Intendencia Provincial al grito de: “camión camión. Queremos una solución” o bien “Aquí están, ellos son, estudiantes del carbón”
No sé realmente si el hermoso edificio que conocí años mas tarde es el resultado de aquellas huelgas y que eran un grito desesperado de ayuda para una mejor educación y desenvolvimiento junto con las mejoras necesarias para que aquello se llevara a cabo.
Si así es: entonces valió la pena estar atrincherados dentro del establecimiento varias noches y días.
El grave problema para mis proyectos fue cuando me encontré con la desagradable sorpresa que allí no se estudiaba Mecánica Automotriz como pensaba, sino Tornería la que por falta de información yo no conocía y por lo tanto perdí todo el entusiasmo a estudiar el rubro.
Con el paso de los años y cuando aprendí a conducir camiones vine a comprender que debí estudiar aquello. Pero la vida es así.
Entre las anécdotas que ocurrieron en mi estancia en el Inspol sucedió que de pronto comencé a saludarme con un joven un poco mayor con un "hola", un joven de los tantos que había en el Instituto.
Por mayo, no recuerdo bien; de 1972 falleció mi abuelo Don Teófilo Olave Sáez y mi mamá viajó a los funerales encontrandose allí con una de sus hermanas mayores; mi tía Candelaria Olave Olave, quién al saber que yo estudiaba en Lebu pidió que fuera a visitarla, pasaron unos dias hasta que me dicidí visitarla y mi tía me invita a quedarme a tomar once con ellos; había varios jóvenes y señoritas, también llegó mi tío Rufino Mendez, y de pronto, sorpresa...entra el joven con quien me saludaba en el Instituto...eramos primos y no lo sabíamos.
---Un día al anochecer mi tío Julio Peña me dice; “Pancho, vamos a la playa a ver si el mar botó cochayuyo”
Una vez recorrida la playa en toda su extensión y no hallando el mentado cochayuyo llegamos a las cuevas de Millaneco porque mi tío Julio quería llevar a toda costa cochayuyo y nos adentramos entre unas rocas que yo no conocía mientras me iba “metiendo miedo” con cuentos de que nos podíamos encontrar con el Toro que tenía los “cachos de oro y la cola de plata” y ahí sí que la cosa se nos pondría fea.
Bueno; durante el año escolar un compañero de curso de apellido Núñez alimentaba nuestra imaginación y nos asustaba con historias que se contaban de las cuevas de Millaneco
Decía este niño que en la caverna grande debían entrar 7 hombres e internarse en la oscuridad donde existía una escalera que bajaba a las profundidades hasta llegar a una reja misteriosa que causaría que uno de los 7 muriera, luego esta reja se abriría hasta una segunda y así hasta llegar a la séptima reja o puerta en donde llegaría el único vivo del grupo y este se encontraría con el tesoro que estaba escondido en esas profundidades.
Demás está decir que muchas veces estuve en la boca o entrada de esta caverna pero jamás me atreví a dar un solo paso hacia sus profundidades porque se me erizaban los pelos sólo al escuchar silbar el viento por entre las rocas.
--El año 1972 transcurrió rápidamente y yo estuve todo el verano trabajando donde Don Héctor Petit-Laurent para solventar gastos varios, entre ellos los útiles del año venidero.
Cuando regresé al año siguiente mi tía Rosita me habló de una tragedia ocurrida en “el toro” con unos niños del Liceo de Lebu.
Sucedió — según me contó; que un grupo de alumnos de un curso del Liceo de Hombres de Lebu fue a pasear hasta las cuevas de Millaneco y les tocó el momento cuando hay marea baja; entonces subieron hasta unas rocas que regularmente están rodeadas de agua.
Llegó el momento de retirarse y cuando lo hacían alguien se percató que faltaba un compañero regresando a buscarlo justo en el momento cuando el joven caía a las aguas entre el oleaje que ya cubría las rocas donde habían estado.
El cuerpo del joven nunca fue encontrado y sus compañeros colocaron una placa en el lugar donde lo vieron por última vez cerca de “El Toro”
Aquella tragedia motivó mi curiosidad y me dirigí a las cuevas de Millaneco a echar un vistazo. Nunca me había encontrado cara a cara con el mentado Toro y tal vez esta era la oportunidad y no quería perdérmela por ningún motivo.
Me dediqué a mirar detenidamente cada una de las rocas por donde andaba y en ninguna encontré algo anormal o que llamara realmente mi atención.
Llegué al lugar desde donde se veía la placa dedicatoria al joven de la tragedia, subí hasta el lugar aprovechando que había marea baja.
Luego de un rato decidí retirarme de allí bastante desilusionado porque todavía no encontraba lo que andaba buscando
Me recosté sobre unas rocas a descansar y me concentré tanto en mis pensamientos que me quedé dormido; cuando de repente…
Un bramido inmenso de un toro mitológico lo escucho justo en mi oído izquierdo que salí arrancando como alma que lleva el diablo; corrí tanto que llegué a la Playa Grande y de pronto me dije : ¡Que mierda, si yo quiero ver al toro; tengo que volver!
Regresé poco a poco, piedra tras piedra; lentamente porque me podía encontrar de improviso con un toro mitológico inmenso de grandes cuernos moviendo una inmensa cola de plata y escarbando salvajemente, según me lo habían descrito.
Nada de eso encontré en mi camino en el que tomé todas las precauciones para no llevarme una sorpresa.
Caminé lentamente asomándome sigilosamente en cada roca a mi paso y no encontré ningún toro mitológico o algo parecido.
Llegué al lugar donde había estado dormitando para dar inicio a la secuencia nuevamente y dilucidar el acontecimiento:
De pronto, estando de pie frente a la roca donde dormité antes acontece un bramido de un enorme toro como de mitología. Pero…
…no era tal, sólo era el aire que salía por un orificio del tamaño de una mano y que era producto de la acumulación de aire en el vientre de las rocas al descender la marea, y cuando esta subía nuevamente según la fuerza con que lo hiciera el oleaje producía ese bramido de un toro enorme que me hizo arrancar como alma que lleva el diablo por entre las piedras hasta la Playa Grande.
Cuando por fin me encontré cara a cara con el Toro, no sabía si reír o reírme de mi mismo por mi ignorancia o inocencia; según como se mire.
Llegaron las vacaciones de invierno y ya estaba “radiocontrolando” en Radio Millaray razón por la cual no regresé a mi colegio nunca más y mi destino me llevó por otros rumbos esfumándose para siempre mis deseos de ser mecánico automotriz.
Siempre recuerdo a Lebu con mucho cariño, recuerdo sus calles con ese olor inconfundible a carbón y sus calzadas impregnadas con una estela de cenizas del mismo que arrastraba el viento y dejaba sobre aquellas como una marca personal de un pueblo habitado por gente esforzaba y sufrida, pero a la vez amante de su familia y los amigos.
Recuerdo los días en que para escapar de algunas clases junto a Narciso “Loco" Mellado su infaltable compañero Ernesto Matamala, René Riquelme y varios más nos fugábamos por una pandereta que daba a la calle Arturo Prat y nos íbamos al Restaurante “Hanga Roa” a tomar leche con plátano y escuchar música en el wurlitzer que había allí.
El año 1979 antes de venirme a Santiago visité Lebu y cada uno de mis familiares.
Durante las vacaciones de los años 1996-97, con mi familia visité Lebu; solamente la ciudad no los familiares y estuvimos en la playa Millaneco.
Algún día regresaré nuevamente a visitar Lebu.
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