Luis Flores Olave, hoy en una edad adulta, escribe sus recuerdos de niñez en Cañete, rememorados al recorrer la poca naturaleza nativa que encuentra en las cercanías de donde hoy vive. Añoranzas que a también nos trae recuerdo y nos sirve para escribir la historia de nuestro pueblo, Cañete.
Hace unos pocos días, publiqué unas fotos en que una tarde de sábado, sin nada que hacer o postergando algunas actividades, tomé mi cámara fotográfica y salí a explorar los alrededores de Temuco Chico en la comuna de Los Álamos. Específicamente rumbo al sector El Blanco, donde hubo una muy conocida mina de carbón y ubicada, como dice una canción “entre bosques escondida”.
Para llegar allí hay que pasar, antes de llegar al océano de pinos insigne actualmente en explotación, por hermosos bosques pertenecientes a particulares, muy parecidos a los otrora existentes entre el sector donde está actualmente, en Cañete, la población Gajardo sur y el Salto de la virgen. Frente a estas fotografías mi amigo de infancia René Cardoza Muñoz mencionó que me parecía a Paul London.
La mezcla entre las fotografías, el parecido a los lugares y la presencia de mi amigo René, de quién creo alguna vez sus padres pensaron en adoptarme ya que faltaba muy pocos días en el año que no estaba en su casa, ya sea jugando, tomando once o bien en el camino de ida y regreso a la escuela pasando a buscar a René o Rodolfo, como se imaginarán (aunque resulte difícil) en ese tiempo no había bus ni transporte escolar por lo que debíamos caminar o caminar hasta el colegio y era más entretenido no hacerlo solo.
Lo puntual es que parece que en nuestra niñez tuvimos una mezcla de humano y de animal salvaje; esto porque, al no existir juegos electrónicos ni televisión, menos celulares, nadie se imaginaba Facebook o tardes enteras wasapeando ni los ojos cuadrados mirando una pantalla como alguna vez lo auguró el gran escritor Ray Bradbury, entonces no nos quedaba otra cosa que inventar en que matar el ocio de los fines de semana o tardes ya que solo íbamos a la escuela por la mañana y nada mejor que organizar expediciones al campo.
Lo mejor es que había una distribución lógica, para nosotros, de nuestras viviendas René Cardoza y su hermano Rodolfo vivían en calle Mariqueo entre Tucapel y Uribe. En ese tiempo Tucapel era un sector intransitable, lleno de barro y acequias inundadas de líquidos putrefactos salido de los patios de las viviendas colindantes y que nadie imaginaría que alguna vez se convertiría en el acceso principal a la ciudad. En ese tiempo se ingresaba y salía por Mariqueo.
En los primeros años de nuestra vida allí no existía la población Ignacio Hurtado, nombre que lleva solo por el mérito que, inicialmente, fue habitada solo por trabajadores pertenecientes a una empresa del mismo nombre que construyó el camino que va hacia Peleco y me imagino que Contulmo y que comienza en El Copihue. En ese lugar orgullosamente estaba la cancha del Club deportivo “Huracán” y que obviamente pasó a la historia con la instalación de la población.
Por allí fueron nuestros primeros juegos, todavía se conserva de ese tiempo la geografía, ya que el camino de ingreso a Vialidad es el mismo que en aquellos tiempos, años sesenta, era solo una huella que era cortada por un riachuelo que servía para meter los pies o refrescarse el rostro cuando nos cansábamos de correr, saltar, trepar por encima de cercos y de pincharnos espinas de zarzas por todos lados. Curiosamente nunca el fútbol fue nuestra pasión; solo la libertad de la naturaleza.
En ese tiempo estaba la alianza Cardoza, Flores y otros amigos que en algún momento refrescarán mis recuerdos.
Con el tiempo comienza la construcción de las oficinas de la Corporación de la Reforma Agraria, CORA, que además de ser uno de los proyectos estrellas del gobierno de la época le da un glamur diferente al sector por la nueva fisonomía en las construcciones de lo que hasta el momento era un sector lleno de matorrales, las oficinas de modernos estilos y posteriormente el tránsito permanente de vehículos y funcionarios dan una nueva vida.
En esa época mi mayor entretención era ir a observar como avanzaban las obras y cuando los maestros se iban, deslizarme por debajo de ellas recogiendo cientos de clavos de diversas medidas que los trabajadores desechaban solo por doblarse, nadie enderezaba un clavo y mi carga diaria era abundante para alegría de mi abuelo Francisco que se entretenía enderezándolos y los guardaba para sus quehaceres.
Bueno el tema es que con estas oficinas nos llega otro aporte al grupo, Erwin Gormaz Espinoza (quien decía llamarse Erwin Gormaz Espinoza González, entiendo los dos últimos apellidos eran los de su madre) a quien conocimos en esas salidas a terreno que realizábamos durante la época de verano, quien, curiosamente, tenía los mismos intereses nuestros, aunque una mayor libertad para salir. Creciendo el grupo, crecen los desafíos.
Como mi familia vivía en los Pabellones de Santa Clara, Santa Clara era el nombre del fundo de don Francisco Anguita, que tuvo que correr su cerco un poco más allá para ceder, vender o dejar no sé por qué medio legal el terreno para esas viviendas. Los hermanos Cardoza podían pasar a buscarme y caminar juntos hasta la casa de nuestro nuevo amigo. Es curioso recordar que nunca lanzamos una piedra ni destruimos nada en nuestra travesuras; salvo un gran forado en la tierra que hicimos con gran esfuerzo para construir una “baticueva” para homologar a Batman y Robin, la que cubrimos con grandes latas y permanecíamos largas horas en su interior…conversando.
Grandes diferencias aquellas con la época actual.
Inolvidables caminatas campo traviesa para llegar al Salto de la Virgen y retornar oscuro a la casa. La verdad es que todavía siento el chicote que mi abuela usaba para darme la bienvenida, enviarme al lavado de manos, pies, cambio de ropa y hacer las tareas. Por su parte con mis amigos Cardoza, ocurría lo mismo; pero, con una varilla. De esas mismas que traíamos desde el campo. Sin embargo apenas podíamos, en mi caso, salíamos con o sin permiso para realizar otras caminatas similares. No hubo árbol en que no trepamos, pajonal que no se visitó, aprendimos de memoria los árboles que entregaban los más ricos dihueñes y las mejores aguas para refrescarse.
Lo más curioso era que sabíamos lo que nos esperaba por irnos más allá de los límites que nuestra familias nos daban; sin embargo igual salíamos, al parecer el único que no recibía reprimendas era Gormaz. Creo que fue una gran amistad. La vida nos ha enviado por caminos diferentes, René y Rodolfo siguen igual, físicamente no han cambiado mucho, solo un par de canas rebeldes, un poco más de experiencia, una visión diferente de la vida y varios nietos reflejan que los años han caminado junto con nuestros pasos.
Es quizá por eso mismo que en la actualidad al sentir la opresión de las responsabilidades diarias la primera tendencia es salir a caminar por el campo, buscar senderos, descubrir caídas de agua, lagunas que nadie conoce o no le interesan. Mostrar lo que muchas veces no se quiere ver, o no se toma en cuenta. Es una atrayente sensación de volver a esa época remotamente lejana de nuestra tierra natal que poco a poco ha ido desapareciendo con el avance de la modernidad y aumento de la población transformando todo ese paisaje natural en cultural.
Volviendo a la historia, la situación se iluminó cuando se reinicia el año escolar y descubrimos que Gormaz se había matriculado en la misma escuela que nosotros, en esa época era indudablemente la mejor… en la actualidad no dudo indicar que nuestro amigo estaría asistiendo a clases en otro tipo de establecimiento y nunca habría crecido esa amistad. En nuestros tiempos de estudiantes…todos éramos iguales, sobre todo cuando nos quisieron uniformar de mameluco.
Seguramente habrá lectores que opinen que este es un tema eminentemente particular y personal, sin importancia colectiva. Efectivamente así es. Pero díganme, sinceramente, cuántos vivieron esta misma época y hoy al sentirse prisioneros de la vida no saben lo liberador que es un contacto cercano con la naturaleza. Un acto tan simple como caminar entre ella, subir y bajar cerros, es otro mundo.
Y eso que nunca he contado los viajes con mis vecinos de la población Santa Clara a buscar nalcas, dihueñes, maqui, murtilla, zarzamora o cuando pasábamos a “probar” las manzanas en la quinta de donde Guillermo Hermosilla, inquilino de don Francisco Anguita… o cuando se me ocurrió que podría trabajar como obrero cargador en una barraca de maderas, esas son otras historias; pero será para otra oportunidad….
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