Recuerdos de adolescencia, una histotia que ocurrió en la adolescencia de Raúl Donoso, la que nos comparte ahora.
En 1972, la curiosidad juvenil me llevó a explorar una cueva en Arica, pero lo que encontré no fue solo greda, sino un ejército de pulgas y un día que nunca olvidaré.
En mis andanzas por el río San José, en la parte final del río, por el lado norte, me encontré con una cueva medio derrumbada; obvio me metí aunque me quedara la ropa sucia. En una parte era tan bajito que con algo de julepe me arrastré y al otro lado ta taaaannn, una escala de Fierro que daba a una salida al río.
Recuerdo que la cueva tenía harta arcilla, seguramente por arrastre del río.
Bueno, en ocasión del mismo año la profesora de artes plásticas nos dijo que teníamos que llevar greda, y como en esos tiempos éramos bastante más rudimentarios que ahora, me acordé de la cueva, con el sigilo que el caso requería invité a un compañero y gran amigo hasta el día de hoy, Luchito Moraga, hijo del veterinario que atendía en esos tiempos los caballos del hipódromo.
Bueno, fuimos con sendas bolsas a la mina de greda, el día permitía mirar hacia adentro, así es que sin más, nos metimos, orondos por supuesto, por nuestro ingenio.
No pasó un par de minutos cuando sentí una picada en el cuerpo y a los pocos segundos otra y otra, mi amigo Luchito estaba igual. Por una picada o dos no me habría incomodado, pero tres al hilo ya era para asustarse, salimos rápido a ver qué pasaba, pues nada más que ahora la cueva se había convertido en dormitorio de perros vagos y pagamos cara nuestra aventura.
En toda la ropa, cientos.... qué cientos, miles de pulgas felices de haber encontrado alimento fácil. En la camisa caminaban en batallón, lo mismo el pantalón, el pelo los pies y. . .. peor aún dentro de los pantalones y de la camisa y más peor todavía dentro de los calzoncillos.
Entre risa y susto nos pasábamos las manos por todo el cuerpo, a plena luz del día debe haber sido muy patético para quien nos halla visto, tuvimos que sacarnos zapatos, calcetines, camisa, pantalones y...... no eso nomas, para sacudir toda la ropa y corrernos de donde caían; las pulgas de la ropa interior eran historia aparte, como presintiendo su inminente desalojo apuraban su faena por las partes pudendas, ahí como pudimos las expulsamos Pican harto fuerte ah?
A vestirse de nuevo y todavía con las bolsitas en la mano, como si, a esas alturas, importaran algo.
El camino de vuelta fue un rasqueteo frenético y con ciertos hallazgos de una que otra pulguita que nos acompañaban todavía.
Lucho quedó lelo, estoy seguro que en su mente hay un borrón en ese capítulo de su vida.
Yo me he recordado hasta hoy, fue una aventura a lo Indiana Jones después del choque.
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