La Navidad, con su carga de emociones, tradiciones y simbolismos, nos envuelve en un torbellino de experiencias que oscilan entre lo sublime y lo mundano. En su artículo "Post Navidad", Raúl Donoso nos invita a detenernos y mirar más allá del ruido festivo para redescubrir el verdadero significado del nacimiento que celebramos.
NOS ESCRIBE RAÚL:
Si estuviéramos ciertos con la fecha de la natividad; pasados estos pocos días nuestro Amado aún estaría tomando calostro, pero nosotros simples mortales, ayer embelesados con el mayor portento de la historia, hoy estamos con nuestros ojos mirando el inexorable puntero del reloj, indicándonos que en un rato más viene una “hora especial”; momentos de balances, introspecciones y buenos deseos; mañana habrá algo de resaca, unos por mucho alcohol y otros por vacuidad espiritual. La carga emocional de esta semana nos transforma en veletas movidas a los vientos dominantes. Ilusiones que mueven y conmueven los espíritus humanos.
En verdad el único viento dominante, cierto, recio, indemne se corresponde con el pesebre, el hecho histórico por antonomasia, el nacimiento del Arquetipo supera incluso el llamado de la energía a la materia y de la materia a la vida allá en el Edén. A la luz del nacimiento de Jesús toda fecha es fatua, toda ilusión y buenos deseos son vanos.
Cada día puede ser el comienzo de un nuevo año, cada día puedo renovar una promesa o proponerme una meta. Pero la fecha del pesebre es única, la rememoramos, pero cual cometa que pasa una sola vez en la eternidad, su nacimiento nos marcó de una vez y para siempre; allí a los pies del frágil niño sí valen las promesas, sí valen las buenas intenciones, sí valen los desafíos a ser mejor.
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