Decir primero que todo, aunque suene a cliché, ¡qué lindo es el deporte! Nos hacía falta y era necesario un evento de esta naturaleza y envergadura, para darnos cuenta de lo que representa y significa la actividad deportiva en el desarrollo integral de un país y de sus habitantes; nadie podrá negar que, durante 15 días, Chile vivió, respiró y se empapó de las emociones que genera el deporte en todas sus expresiones, lo que ya constituye un hecho significativo, porque no somos un país deportivo, o no lo éramos hasta antes que empezaran estos juegos.
No obstante, conviene reconocer que este fenómeno se produjo por varios factores, que ayudaron a la organización a que todo resultara de la mejor forma, salvo algunas excepciones, a tal punto que fueron los propios deportistas de los 41 países quienes se encargaron de elogiar y aplaudir una y otra vez la gestión operativa, con lo cual se coordinó el funcionamiento de todo el engranaje, donde los más de diez mil voluntarios jugaron un papel preponderante. Destacar, también, el esfuerzo de inversión por parte del estado sobre todo en infraestructura, lo cual fue muy bien valorado por las delegaciones participantes.
Mención especial merece el público. Creo, sinceramente, que nadie, ni el más optimista, se imaginó el extraordinario respaldo de la ciudadanía, tanto en lo que se refiere a la asistencia a los diferentes recintos en Santiago y regiones, como en el entusiasmo en las calles para hacer sentir su apoyo. Si me apuran a elegir el hecho más destacado de estos juegos, yo me inclino por este factor. Faltan adjetivos para catalogar lo importante que fue el aliento, el espíritu, el compromiso, la solidaridad y el patriotismo de la gente en todas las competencias donde flameó la bandera de Chile. Esto último resultó decisivo en la actuación de nuestros deportistas, siempre se impregnaron del aliento y en cada competencia sintieron la condición de dueños de casa. Emocionante resultó ver el Estadio Nacional abarrotado después de mucho tiempo y no en un partido de fútbol. Incluso, en algunos días, los aficionados desafiaron el frío y la lluvia.
En materia netamente competitiva, el certamen no se quedó atrás. Fue un racimo de emociones compartidas, con la alegría del triunfo y la tristeza de la derrota, las dos caras de la moneda que son la esencia del deporte. Me parece que la actuación del Team Chile invita a una reflexión. “Que bueno es comprobar que el deporte chileno no es sólo fútbol, Colo Colo, la U, la Selección, Alexis Sánchez, Arturo Vidal y otros”. El deporte federado en nuestro país está vivo y lo más importante es que ha crecido una enormidad en los últimos 20 años. Partiendo de esta premisa, es de justicia reconocer que ha habido avances sustantivos en la profesionalización, la única fórmula para acercarnos al nivel que muestran otros países, los cuales han obtenido resultados envidiables. Este es el caso de Cuba, México y Colombia, que se dieron cuenta antes que nosotros que sin profesionalismo es muy difícil competir en el alto rendimiento, sobre todo con potencias como Estados Unidos, Brasil y Canadá. Es cosa de revisar el medallero.
El octavo lugar de Chile, con 79 medallas, de las cuales 12 fueron de oro, 31 de plata y 36 de bronce, refleja que hubo preocupación del Comité Olímpico de superar lo hecho en Lima el 2019. Sin embargo, habrá que analizar con calma por qué no se pudo ni siquiera igualar las 13 doradas, estando en 31 finales, algo falló ahí, sobre todo en algunas disciplinas que ya habían conseguido ser primeros en Lima. El caso más emblemático es el de los primos Grimald en el Vóley Playa, considerando que esta dupla está inserta entre la mejores 10 del circuito mundial.
No cabe ninguna duda, que el deporte chileno va por buen camino. Reconforta comprobar que existe la materia prima y eso es pilar fundamental para seguir mejorando en busca del desarrollo definitivo y la consolidación del alto rendimiento. Por ahora tenemos todo el derecho de soñar con un futuro con más luces que sombras.