Francisco que con sus historias personales de seguro hará recordar a otros cuando lean nombres, lugares, personajes y circunstancias que le tocó vivir hace poco más de medio siglo atrás.
Mi papá tenía dos sobrinos, Juan y Jaime Rivera; en realidad ellos eran sus primos porque eran hijos de su tío Segundo Rivera Arriagada, y por cosas de costumbres familiares de la época al ser mi papá "ya mayor" tenían que decirle tío.
Estos jóvenes iban a trabajar al Matadero de Cañete y desde allí traían "matute", es decir carne, vísceras y parte de algún vacuno que les daban, y que ellos gentilmente compartían con su tío.
Una noche del año 1969, me parece; estaba mi mamá preparando un guiso con carne que habían traído los niños Rivera cuando de repente alguien toca la puerta de la casa, algo totalmente inusual porque si alguna persona llegaba hasta nosotros en la noche gritaba desde una prudente distancia.
Mi papá estaba leyendo una novela de cow-boy del autor Fidel Prado y yo estaba haciendo mi tarea de la escuela, todo a la luz de un chon-chon a parafina.
Entonces mi papá preguntó: ¿ Quién es? y una voz grave le respondió desde afuera --- ¡Carabineros!; nos miramos todos poniendo cara de interrogación y mi papá abrió la puerta y ahí estaba la ley representada por 4 Carabineros de la 7ma Comisaría de Cañete.
Entraron los Carabineros y con linterna revisaron la casa por todos lados, debajo de la cama, en los cajones, barricas y no encontraron nada; luego invitaron a mi papá a "conversar" afuera.
Allí le dijeron que alguien había ingresado al fundo Santa Luisa de propiedad de Don Héctor Petit-Laurent y había sacrificado un novillo del cual se había llevado una pierna, lo dejaron citado al Juzgado y se marcharon en un vehículo que los esperaba en el camino distante a unos 120 metros.
Mi papá subió a la cama y por la rendija que dejaba la ventana en su parte superior oteó en la oscuridad y pudo apreciar que el mismo Don Héctor era quien trasladaba a los Carabineros en su camioneta; esto desató la ira de mi papá contra "el gringo" como se le conocía a Don Héctor porque según dijo, cuando llegó al fundo hacía años, este no tenía muchas herramientas razón por la que venía a pedir prestadas a mi abuelo.
Mi papá siempre guardó rencor al vecino por el atropello que había cometido, tanto así que un día a la hora del mediodía pasa Don Héctor hacia su casa a almorzar porque atendía junto a sus hermanos la ferretería "El Martillo" y mi papá que estaba en el patio pasado de copas lo vió pasar y vinieron todos esos recuerdos a su mente que salió disparado hasta la casa del vecino y lo subió y bajó a improperios e insultos y de paso le recordaba lo de las herramientas que le pedía prestadas a su padre. Esta rutina se repitió por varios años.
Pasaron algunos años y por 1972 estábamos con mi papá sacando papas para Don Luciano Muñoz en la misma parcela donde vivíamos por E° 40 diarios (cuarenta escudos), cuando al llegar un día por la tarde a casa mi mamá le dice: Mandó a decir Don Héctor si quieres ir a trabajar con él y de paso si puedes llevar 2 o 3 personas más porque está escaso de trabajadores para la cosecha.
Mi papá en respuesta profirió algunos improperios que demostraron que no iría.
El desfile de personas desde la casa de Don Héctor hacia la nuestra fue por varios días ofreciendo trabajo, tanto así que vino el mismo Don Héctor y habló con mi mamá y entre otras cosas le dijo: Señora, dígale a Lucho que vaya a trabajar que lo necesito y que las cosas del pasado las olvide.
Hasta que un día que llegué de regreso por la mañana de comprar el pan para el desayuno mi papá me preguntó: ¿quieres ir a trabajarle "al gringo"?
En realidad yo le tenía miedo "al gringo" porque este tenía fama de ser abusador y atropellador con la gente; había muchas historias respecto de eso; pero para que mi papá no dijera nada acepté.
Caminé por el sendero que llevaba hasta los límites del Fundo Santa Luisa de propiedad de Don Héctor Petit-Laurent Benard que era oriundo de Angol, y una vez en el interior me encontré con un hombre de unos 48 años de edad, muy dinámico, afable que me preguntó con voz de mando: ¿Que busca, joven?---Me mandó mi papá...su vecino...porque dijo que necesitaba trabajadores...En ese momento yo tenía un poco mas de 14 años por lo tanto el caballero me miró de pies a cabeza dos veces y luego de tomarse la barbilla me dijo: Muy bien, va a trabajar aqui... le voy a pagar E° 100 diarios.
Comencé a trabajar para "el gringo" como se le conocía, cargando un camión Fiat 673 adquirido el año anterior con fardos de trébol en los distintos cercos del fundo. Para ello trabajaba junto a Ermigio y Guido Gallardo, hijos de Don Arturo Gallardo que era el tractorista y además junto a Don Waldo Chandía y al Primo José Aniñir, un anciano de origen mapuche que era entretenido porque tenía muchas historias de su vida que contar.
Luego supimos a través de Don Upa Vallejos, amigo de Don Héctor y también de mi papá que este le había confiado que me dejó a trabajar con él por temor a que si no lo hacía mi papá no lo dejaría tranquilo ya que había insistido tanto en mi casa buscando alguien que fuera a trabajar con él. Pero que estaba muy conforme con mi desempeño en la labores del fundo y todo lo que me encomendaba; por lo tanto no había ningún problema.
Aquellos eran días complicados políticamente en Chile, estábamos en el gobierno de Don Salvador Allende y se escuchaban muchas cosas a favor y en contra de ese gobierno.
Don Héctor tenía toda una infraestructura técnica para trabajar el campo razón por la que era requerido en muchos fundos y parcelas aledaños a Cañete para enfardar alfalfa; la que el propietario le daba en medias, Don Héctor ponía la maquinaria y los locales el predio; así que nos trasladábamos a distintos lugares para acarrear fardos de trébol hasta los galpones de Don Héctor, los que posteriormente comercializaba.
Para cortar, hilar y enfardar el trébol estaba Don Arturo Gallardo como tractorista y Don Waldo Chandía como su asistente; luego llegábamos nosotros y cargábamos el camión con 130 fardos los que acomodaba en el camión el Primo José y Guido Gallardo, mientras su hermano Hermigio y yo recogíamos desde el campo y tirábamos sobre el camión.
Un día en el último viaje de la jornada que veníamos desde el sector de Tucapel Alto al pasar por el Fundo de los Fredes debajo una hilera de añosos eucaliptus a orillas del polvoriento camino lo hacíamos cantando y riendo sobre la carga los hermanos Gallardo, el Primo José y yo cuando al entrar bajo la hilera de eucaliptus le gritamos al Primo José que se tendiera sobre la carga algo que no alcanzó a hacer y fue golpeado en su frente por una rama que lo arrojó al camino en una voltereta mortal que lo llevó hasta el alambrado de púas que cerraba la propiedad de los Fredes.
Le gritamos a Don Héctor que se detuviera; recogimos al Primo José y nos metimos todos en la cabina del camión como sardinas en lata pues éramos como 8 en total los que veníamos.
Llegamos hasta la casa patronal y vino la Sra Elizabeth Strube Paris esposa de Don Héctor con ropa y asistencia para llevar al Primo José hasta el Hospital de Cañete donde quedó internado por varias semanas pues las lesiones eran de gravedad. Afortunadamente se recuperó pero ya no lo llevamos a las faenas sino que fue destinado a los jardines de la casa.
Trabajé bastante tiempo allí los fines de semana y los días que no tenía clases en el colegio y puedo dar testimonio que Don Héctor Petit-Laurent era una excelente persona, muy humano, dadivoso y comprensivo.
Le gustaba que uno fuera entusiasta y empeñoso para trabajar y eso lo premiaba con algún regalo. De hecho a mi me hizo varios regalos en ropa y dinero.
La fama de hombre malo se la había ganado en la juventud cuando llegó al lugar y marcó los límites de su propiedad a veces a balazos con los extraños que penetraban en el fundo, pero como digo era un hombre muy humilde.
Varias veces se hizo acompañar de mi persona en viajes de trabajo solo por eso, por no viajar solo; y me conversaba mucho acerca de lo conveniente de trabajar duro para alcanzar las metas que uno se fijara; me decía: "si no trabajas duro en la vida estás perdido; el secreto de todo es el trabajo".
Un día a eso de las 5 de la mañana cargamos con Don Waldo Chandía el camión con algunos novillos y una vez que estuvo listo Don Héctor me dijo: Listo, nos vamos...--- ¡cómo! ¿nos vamos? le pregunté--- Si pues; nos vamos dijo él y nos fuimos hacia Arauco... es la única oportunidad en la que he estado en la ciudad de Arauco.
Otro día cargamos el camión no recuerdo con qué y nos fuimos hasta el fundo de Don Eliecer Pincheira en los faldeos de Butamalal.
Una vez llegados allí Don Héctor y Don Eliecer se pusieron a conversar de cosas de patrones y había unos cuartones de madera nativa acopiados que Don Héctor le pregunta a Don Eliecer ...¿y esa madera?... Al mejor postor-- le responde... cárguenla al camión-- dijo Don Héctor.
Luego ellos se fueron hasta las casa patronales a conversar sus asuntos y yo quedé arriba una cerca de madera mientras la gente de Don Eliecer cargaba el camión.
De pronto llegó un joven que preguntó: ¿quién es el que anda con Don Héctor? --- y me llevó hasta una cocina de esas patronales... inmensa, con fogón, varias señoras para realizar distintas labores, había una mesa grande con un lugar preparado para mi, me sirvieron un jarro como de un litro con leche, pan amasado recién cocido y queso fresco que era una delicia como no he vuelto a probar en mi vida.
Luego aparece Don Héctor y Don Eliecer y nos fuimos hasta el camión que estaba cargado con la madera y emprendimos el camino de regreso hasta el Fundo Santa Luisa.
Don Héctor Petit-Laurent Benard falleció el año 1994 a la edad de 69 años y desde siempre cuando me refiero a su persona digo: "mi patrón" porque fue un excelente amigo y compañero de trabajo; fuimos mas que empleado y patrón el poco tiempo que trabajamos juntos.
Mis recuerdos para él.
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