Rescatamos de Héctor Jara Paz, lo que escribe sobre el 11 de Septiembre, su vivencia personal, pero como la de cualquier adolescente / joven que le tocó vivir en dictadura: "El perfeccionamiento de la democracia sigue en pausa en mi Chile, por mi parte, mi reconocimiento a todas aquellas y aquellos que la historia oficial no nombra, aquellas y aquellos que en las calles fuimos mucho más que dos".
Eran los años 70, antes del anochecer, jugaba a hacer política desde el centro mismo, en el Instituto Nacional, con trece años me entretenía estar en medio de marchas y contramarchas. Recuerdo recolectar los envases del gas lacrimógeno para sacarles el irritante polvo negro y rociarlo en las salas de clases.
Allende iluminaba nuestros sueños de cambios, sus discursos eran bálsamo en nuestras mentes curiosas y creativas, adolescentes imbuidos del romanticismo revolucionario de Fidel, eso sí, todo tendía peligrosamente al negro y al blanco. Los matices de mi mundo eran tildados de "amarillos" o pequeños burgueses. Así perdíamos identidad en medio del caudaloso río del bien y el mal, no había opción, o subíamos al tren de la revolución, o pasábamos a ser contrarevolucionarios, fascistas y conspiradores.
El tiempo libre lo compartía con amigos del barrio, algunos días ayudaba a Eduardo en el trayecto de su Escuela Pública N° 313 en Villa Olímpica hasta su casa en la Comuna de Ñuñoa, asistía en silla de ruedas. Alejandra su hermana y Cinthia su vecina, eran parte del atractivo en la casona de Los Jazmines, una casa en la que se tropezaba con toda clase de instrumentos folclóricos. Si ordenábamos todo, se nos permitía asistir en silencio a la pieza del jardín, donde ensayaba Quilapayún, Eduardo Carrasco era su padre. Después del anochecer nunca más supe de ellos, creo que hicieron sus vidas en París.
El movimiento estudiantil secundario era toda una institución, sus líderes tenían todo el reconocimiento de la sociedad. Escalona, Yungue o Allamand ya eran actores de la política nacional.
Durante la semana, nos trasladábamos en buses del Estado, exclusivos para estudiantes, éramos pequeños actores de una sociedad polarizada. Las colas de alimentos eran parte de nuestras obligaciones, madrugábamos para comprar pan, pollo o pasta de dientes, el aceite también era parte de nuestras prioridades. Mis padres nunca tuvieron ninguna suerte de privilegios, no obstante ser dirigente del Partido y del gremio de profesores,… creo que tampoco lo hubieran aceptado, norma ética que marcó nuestras vidas. Es más, semanas después del golpe, en medio de allanamientos y ráfagas de metralleta que a diario provenían del Estadio Nacional a dos cuadras de nuestro domicilio, mi padre brindó asilo a una pareja del MIR en nuestro departamento, eran buscados y necesitaban esconderse hasta el aviso para asilarse en la embajada de Italia. Puso en riesgo a toda su familia por quienes habían sido sus alumnos.
Es probable que con los antecedentes de las atrocidades y atropellos que hoy siguen saliendo a la luz, nuestra conducta hubiera sido mucho más discreta y prudente.
Mi historia, que comienza como jugando a un proceso revolucionario, se llenó de idealismo puro. El 11 de septiembre interrumpe un proceso como una muerte anunciada. "A parar el golpe" fue el motivo que convocó a cientos de miles de trabajadoras, trabajadores y estudiantes que marchamos por la Alameda en los días previos al golpe. Fui testigo presencial de la "retoma" de Vicuña Mackenna y Avenida Grecia, horas antes de ser testigo en el techo de mi edificio del bombardeo de La Moneda. Toque de queda y mi hermano mayor se había ido a defender el gobierno popular a una fábrica textil en el cordón Vicuña Mackenna, fueron horas interminables para la familia, regresó convencido de que no había fuerza militar para enfrentar la asonada golpista.
Los años siguientes dejaron de ser un juego, desaparecían compañeros de la Universidad mientras escuchábamos clandestinamente las canciones de Silvio y Pablo Milanés. La Pastoral Universitaria era el refugio para organizar la resistencia estudiantil. Ahí nos reuníamos compañeras y compañeros del PC, la IC, Socialistas y Radicales. Estudiaba en la Universidad más intervenida por los organismos de seguridad, la UTE. Los "sapos" eran profesores, personal paradocente y de aseo, además de los de seguridad. Su labor era infundir el miedo a vista y paciencia, sin embargo, los libros y las canciones terminaron venciendo el temor.
Recuerdo con admiración a profesores que dignificaron el sentido de "universidad". Los Carreño o Jiménez, doctores en Historia de América y Economía, eran exonerados por patrocinar el Taller Cultural "Araucanía", expresión de resistencia de entonces. Otros como Guerrero y Norambuena, serviles a la dictadura, se acomodaban en los sillones de la intervención militar.
En mi Partido, los históricos de la JRR no estaban. Algunos víctimas de la dictadura, otros en el exilio y otros en sus casas. Los hermanos mayores no existieron en una generación de la JRR que tuvo que formarse a sí mismos. Recorríamos el país formando cuadros juveniles, ausentes de toda comodidad y financiamiento, eso nos hizo diferentes, valoramos la democracia con un cristal que hizo que muchos de los nuestros se marginaran de la actividad política una vez recuperada la democracia. Las viejas malas prácticas y sus destacados representantes regresaban en gloria y majestad.
Muchos de nuestras compañeras y compañeros, trabajadores y artistas que participaron de la Asamblea de la Civilidad, fueron rápidamente olvidados. Hoy no sabría decir si fue la experiencia de los viejos políticos o nuestra incapacidad para reemplazarlos, lo que hizo que gran parte de los sueños y alegrías se desvanecieran, para ser reemplazados por la desconfianza, desprecio e incredulidad.
El daño mayor, fue la formación de los nuevos jóvenes en medio de los intereses del poder y los beneficios de su administración. Fueron convocados a sostener el modelo y los intereses particulares de una "clase política" transversal, donde el idealismo desaparece y se potencian "operadores" que desconocen los valores que se aprehenden cuando la democracia se ha perdido.
El perfeccionamiento de la democracia sigue en pausa en mi Chile, por mi parte, mi reconocimiento a todas aquellas y aquellos que la historia oficial no nombra, aquellas y aquellos que en las calles fuimos mucho más que dos.
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