No es mi afán ni el propósito politizar este conflicto que ha transformado parte del sur de Chile en una zona hostil e insegura. Desde un tiempo a esta parte las legítimas demandas de los mapuches han tomado un rumbo que nadie quiere, difícil resulta aceptarlo y sobre todo vivirlo, puesto que por muy transversal que sea el apoyo y el respaldo al legítimo derecho de reclamar lo que la historia se encargó de establecer a través del tiempo, es también bueno y oportuno preguntarse, porque utilizar la fuerza, la violencia, el enfrentamiento y los disturbios, para hacer valer ese derecho.
Vivimos en un mundo civilizado, donde existen otras formas de entendimiento entre las personas, siempre será mejor agotar todas las instancias para ponerse de acuerdo, creo que pasaron los tiempos en que todo se resolvía con golpes, cuchillos y armas de diferente tipo.
No existe entendimiento si no hay voluntad para lograr consensuar acuerdos que permitan una solución. Es tarea del estado buscar los mecanismos para dar cumplimiento de las demandas más importantes y urgentes de los mapuches y estos al mismo tiempo deben entender que es muy difícil que se puedan aceptar a raja tabla todas sus exigencias por muy justas y legítimas que estas sean.
Con el advenimiento de la republica los mapuches dejaron de ser vistos como un pueblo o nación y comienzan a ser tratados como chilenos. Con ello se puso fin a la política colonial de los parlamentos. Este cambio tuvo un sentido diferente en las poblaciones originarias de Chile central, respecto a la región de la Araucanía. Esta discusión es fundamental, olvidarla es hacer tabla rasa de una diferencia histórica densa y que nos pesa hasta el día de hoy.
En la sociedad chilena existe una fuerte tradición unitaria (un pueblo, un estado, una cultura, etc.) donde si el interculturismo es un escándalo el multinacionalismo es absolutamente inaceptable. En ese contexto el reconocimiento de los mapuches como pueblo es muy difícil. Frente a esta realidad el estado es poco lo que puede hacer para resolver estas profundas diferencias originadas desde el colonialismo del estado como nación.
Asimismo, si bien existe en la última década una opinión publica sensible al mundo indígena, esto no implica que se mantendrá incondicionalmente frente al llamado etnonacional mapuche. Quizás una pista más significativa que incluye a la anterior, se relaciona con una nueva forma de entender el vínculo entre estado y nación.
Sin embargo la sociedad contemporánea necesita respuestas que generen las instancias adecuadas para frenar esta verdadera “guerra” en la Araucanía. No es tarea fácil, pero hay que hacer todos los intentos posibles para pacificar la zona y devolverle la tranquilidad a sus habitantes, hijos de esta tierra bendecida por la naturaleza, que también tiene el legítimo derecho de vivir en paz y que hoy se sienten diariamente amenazados por esta irracional violencia que no hace distingos y que arrasa con la propiedad pública y privada, manteniendo en vilo a miles de chilenos que lo único que quieren es hacer una vida normal.
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