Las semillas ancestrales y criollas tienen una trayectoria milenaria, son las comunidades indígenas y campesinas quienes las han mejorado en el tiempo en largos procesos de investigación y adaptación para llegar a las semillas que hoy conocemos y nos alimentan.
Este saber especializado ha estado en manos de cultoras/es que lo han heredado generación tras generación y que han buscado distintos caminos para su multiplicación. El intercambio de semillas es una práctica igualmente ancestral que se ha dado entre comunidades, familias y personas cercanas, que ha posibilitado el abastecimiento y mejoramiento de las mismas.
Frente a la invasión corporativa agroindustrial, que ha generado una profunda degradación ecosistémica con consecuencias de escala planetaria, el intercambio de semillas se impulsa con la forma de una figura ferial autoconvocada por mujeres y hombres organizadas/os, como herramienta técnico-política que asume la defensa y salvaguarda de las semillas tradicionales como objetivo central.
En la actualidad han proliferado numerosas experiencias de intercambios de semillas, que surgen ya no únicamente desde la motivación de comunidades campesinas y huerteras/os, sino también bajo el alero de instituciones públicas y privadas que tienden a instrumentalizarlas, entendiéndolas como ferias de comercialización o festividades costumbristas, que las alejan de sus sentidos originarios. Vemos esto con preocupación, dado que se pierde el foco en la importancia de las semillas, el conocimiento que portan y las éticas de circulación y cuidado que requieren.
Creemos necesario recuperar los acuerdos sostenidos en protocolos éticos, elaborados colectivamente por huerteras, organizaciones y curadoras de semillas, que sustentan y dan sentido a estos espacios. En ellos se sostiene que se trata de encuentros exclusivos para intercambiar semillas tradicionales, donde no se admiten semillas mejoradas en laboratorios (ex situ) y tampoco su comercialización. Los encuentros para la circulación de semillas y saberes, intercambios o trafkintü, se desarrollan bajo principios éticos de respeto y consideración de la naturaleza como un bien común, alejados de valoraciones monetaristas y lógicas de acaparamiento de lo que allí circula. Son espacios organizados por grupos de huerteras/os y guardianas/es de semillas bajo sus propios términos, ejerciendo su autonomía al poner a disposición su acervo de semillas ancestrales.
Para finalizar, adscribimos a la afirmación de que las semillas son patrimonio colectivo de los pueblos al servicio de la humanidad, tal como sostiene La Vía Campesina y organizaciones cercanas.
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