Cañete está cada vez con más habitantes nuevos que viven y disfrutan de su entorno, muchas veces sin conocer la historia de ellos o como se fueron formando hasta llegar a lo que hoy son; Francisco Flores Olave, por varias décadas fuera de nuestra ciudad tiene claros y lúcidos recuerdos de como se forjaron algunos barrios, como lo deja claro en esta columna.
Desde muy niño diariamente llegaba hasta la casa de mi abuelita Doña Hortensia Arriagada Torres que vivía en la Población Santa Clara, la periferia de Cañete por esos años; porque allí estaba mi hermano Luis Ernesto con quién hacía muchas “maldades” en la cancha existente hacia el lado poniente de la población, hasta que aparecieran unos paneles que luego se convirtieron en la Población Nueva Santa Clara, situación que redujo el lugar para jugar pero a la vez trajo muchos y nuevos amigos.
Para llegar hasta allí me dirigía desde mi casa en el sector de Puente El Carmen-Camino a Cayucupil cruzando la propiedad de Don Segundo Concha y familia, en donde primero “robaba” unas ricas ciruelas y uvas, según fuera la ocasión; luego subía el cerrito (como yo le llamaba) y me enfrentaba al fundo de los Hermosilla-Silva en donde algunos veranos podía disfrutar del hermoso paisaje que produce el trigal cuando está madurando, luego atravesaba la loma hacia el poniente y salía por donde se instaló la población Cora en el gobierno de Eduardo Frei Montalva; (cuando se construyó esta población mi papá me mandó muchas veces a recoger clavos doblados que los maestros tiraban), por lo que llegaba a casa de mi abuelita desde el norte.
(La población Cora se hizo para albergar a todos los funcionarios y sus familias venidos de fuera de Cañete a trabajar en las oficinas de lo que se llamaba Corporación de la Reforma Agraria impulsada durante el gobierno de Don Jorge Alessandri por el artículo 11 de la Ley de Reforma Agraria N° 15.020 de 1962 y disuelta el 12 de diciembre de 1978 mediante el Decreto Ley 2405)
Otras veces lo hacía subiendo el cerro en donde según contaba mi papá alguna vez hubo un cementerio, nunca me preocupé de saber como se llamaba ni a quién pertenecía aquel predio; y salía justo en la esquina de las calles Ignacio Carrera Pinto con Tucapel por el costado de donde vivía una familia de apellido Moltedo.
Todo eso hasta que un día que no puedo determinar en mis memorias del año ‘68 o ´69, al cruzar el terreno de Don Segundo Concha me percato que unos añosos eucaliptos que marcaban la líneas divisorias de la parcela con el terreno colindante por el norte, estos habían sido talados.
Luego, al llegar al plan del terreno de los Hermosilla también me doy cuenta de que en un costado de esta propiedad y junto a una hilera de eucaliptos que marcaban los límites de esta propiedad con el cerro antes mencionado; habían instalado una especie de campamento porque había varios galpones oficinas y mucha maquinaria.
También instalaron allí una especie de villa o población para todo el personal que llegó con esta empresa.
La empresa mencionada se llamaba Constructora Ignacio Hurtado Hecheñique y comenzó a trabajar desde el sector norte de Cañete por la parte oriente abriendo una senda que con los años daría paso a la excelente autopista que posee la ciudad en la actualidad.
Yo no le dí mucha importancia durante algún tiempo a este acontecimiento pero cuando comenzaron a trabajar y cortar en dos la propiedad de Don Julio Saú hacia el sur me enamoré de toda la maquinaria que veía trabajando en el lugar.
Nunca había visto rodillos compactadores, cargadores frontales, menos los camiones de las dimensiones que estaba viendo en ese momento, tractores bulldozer, y lo más impresionante a mis ojos infantiles eran los tractores-scraper (raspadores) que nunca había visto, y tampoco volví a ver.
Aquellos tractores (camiones) eran impresionantes a mis ojos cuando bajaban la tolva o cuenco que con un borde delantero horizontal agudo cortaba la tierra y llenaba su tolva con unos 8- 10 metros cúbicos de material; y que una vez llena levantaba la tolva y la cerraba con una cuchilla vertical conocida como plataforma, luego el tractor transportaba su carga a la zona de relleno donde elevaba la cuchilla y el panel posterior o eyector era hidráulicamente empujado hacia adelante moviendo la carga hacia fuera. Luego repetía el ciclo.
Como este tractor no tenía la fuerza suficiente por si mismo para realizar el raspado de la tierra era ayudado por un bulldozer que lo empujaba hacia adelante con su hoja arrastradora.
Tanto me dediqué a contemplar estas faenas que diariamente estaba en el sector cerca del cementerio instalado sobre un corte de tierra desde donde fácilmente pude aprender el funcionamiento de estas maquinarias que sabía en mi mente infantil nunca volvería a ver.
Recuerdo que una vez mi papá salió a buscarme y cuando estuvo a mi lado le iba indicando como había que hacer para operar los distintos movimientos de los bulldozer, “Cuando mueve aquella palanca (torque) la máquina anda hacia atrás o adelante, le “enseñaba “a mi papá.
Por aquellos años la tarea de esta empresa solo era abrir la senda por lo tanto no le echaron estabilizado ni gravilla; solo marcaron la huella.
Para cruzar el río Leiva hicieron un magnífico puente de material sólido que me parece mucho es el que todavía perdura.
Para cruzar el río Caillín hicieron un puente de 4 tubos de metal corugado que fue la novedad de ingeniería mas espectacular de aquellos años a la cual la gente de Cañete acudía en masa a admirar.
Con el tiempo el sector recibió la denominación de Los Cuatro Tubos.
Con el paso de los años me olvidé de las máquinas y de muchos sueños; pero de pronto mi ocupación laboral se relacionó directamente con la construcción y me di cuenta que ya no se usaban los tractores-scraper; que había nueva maquinaria; grúas horquilla, mini cargadores (gatos), enormes grúas torres, grúas telescópicas, autocargadores de containers; y una enorme variedad de máquinas que se pueden emplear en múltiples faenas en la construcción.
Hasta que un día mi jefe me dice “tienes que ir a la Empresa Ignacio Hurtado en calle Santa Inés de Conchalí ” , cuando llegué al lugar y esperando la resolución de lo que iba a hacer me instalo a conversar con un viejito ( siempre hay un viejito en todas partes) a quién le conté esta misma historia y cuando termino de hablar el viejito me dice:
“Maestro, lo invito a ver algo que está en ese galpón para que se emocione un poco” y era que no, allí estaban casi todas las máquinas que había visto trabajar en Cañete en los días de mi niñez; allí estaban amontonadas, abandonadas y olvidadas; llenas de óxido por el paso del tiempo. No podía creer lo que estaba viendo.
Hoy quiero rendir homenaje a aquellos hombres que dejaron esta huella en Cañete abriendo sendas para las generaciones actuales y posteriores y de los cuales tal vez nunca sabremos sus nombres, pero es tal cual lo dice Julio Iglesias “la obras quedan, las gentes se van”
Epílogo.
Hace tan sólo unos días a través de Don Daniel, conductor de camiones de la empresa supe que las dependencias de la misma Ignacio Hurtado Ltda. ya no están en ese lugar pues se mudaron; y las máquinas, o lo que quedaba de ellas fue vendida como chatarra para ser fundida. Una terrible pena.