A propósito del ambiente "dieciochero", Francisco Flores no cuenta una sabrosa y picaresca desventura que tuvo hace cerca de 40 años atrás, la que sin estar arrepentido, pide algunas disculpas por el comportamiento de entonces. Su relato una vez más, con particular claridad, nos lleva a recordar cómo era nuestro cañete de antaño.
Corría febrero o marzo (no recuerdo bien) de 1976 y era el atardecer de un día viernes cuando íbamos caminando por calle Mariñán con mi amigo Manuel Ulloa hacia el sector de Barrio Leiva donde vivía en la casa de su tía la señora Laura Ulloa Arrepol, al llegar al Restaurant "El Tropezón" invité a mi amigo Manuel a beber una pilsener.
Estábamos en eso cuando de pronto entra al lugar Arnoldo Cabrera Soto- Técnico en Radio y Televisión; junto a su partner Jorge Aguayo "Puntito" y se dirigen a los interiores de la casa; salen un momento mas tarde llevando en sus manos unos discos singles, conocidos como chicos o 45; los dos salen a la calle y regresan.
Arnoldo me llama y me propone que vaya con él a Lloncao donde le contrataron sus equipos para colocar música en el casino de la Media Luna para un rodeo que se llevará a cabo los días sábado y domingo; pero que la música debería funcionar desde el viernes y él está un poco atrasado, y para más remate Jorge Aguayo no quiere hacerse cargo del equipo.
Me dice que ha cobrado $ 400.- y que nos iremos a medias; es decir $ 200 para cada uno. Eso es lo que realmente me tienta a aceptar con la condición de que mi amigo Manuel me acompañe.
Nos fuimos anocheciendo hacia Lloncao sin avisar a nadie, y cuando llegamos allá no había suministro eléctrico porque la persona que había arrendado el generador no llegó, pero lo haría por la mañana del sábado bien temprano.
Con Arnoldo instalamos los equipos de tal manera que una vez llegado el generador solo había que "enchufar" y la fiesta comenzaría. El domingo vengo a buscarte por la noche—me dijo Arnoldo, y se perdió en la oscuridad de la noche hacia Cañete.
Con Manuel Ulloa me quedé allí, nos sirvieron algo de comida y comenzó la noche mas extraña de mi vida porque aparte de que no conocía a nadie el ambiente era muy enrarecido al ver como los parroquianos tomaban trago a la luz de unas cuantas velas instaladas en el inmenso casino.
A medianoche llegaron unos individuos en un automóvil que se identificaron como carabineros de civil y pidieron atenciones; interrogaron a algunos de los campesinos que estaban en el lugar y después de un rato se marcharon.
Luego de esto se cerraron las puertas del casino y ya no se atendió más público.
Yo estaba tratando de dormir en un rincón por allí cuando llegó Manuel a despertarme que algo estaba pasando afuera del recinto, nos acercamos sigilosamente hasta la puerta y pudimos darnos cuenta que los individuos del automóvil tenían a unas personas arrinconadas en la pared y estaban realizando alguna forma de interrogatorio y entonces por la forma pudimos darnos cuenta que solo eran unos patanes que no buscaban nada más que una manera de divertirse a costa del temor de la gente producto de los acontecimientos de aquellos años. Manuel Ulloa quiso salir en ayuda de los lugareños para que los dejaran tranquilos y justo en es e momento los tipos dejaron de hacer "el interrogatorio" y se marcharon.
Sería como las 5 de la mañana cuando Manuel me despierta y me dice que tiene hambre y quiere que lo acompañe a la casa de un amigo a tomar desayuno.
Caminamos durante un buen rato hasta que nos adentramos en unas parcelas llegando a la casa de Alejandro Aguayo y familia, allí fuimos recibidos por la familia compuesta por el matrimonio, dos hijas de alrededor 16-18 años y un hijo menor.
Luego de los saludos y presentaciones protocolares fuimos invitados a pasar a la mesa en donde las conversaciones fueron bastante distendidas y amenas, hablamos de todo y en especial acerca de nuestra presencia en el lugar. Aaah, dijeron las muchachas, "mi papá va a ir de "colero" al rodeo" (Colero es el encargado de ayudar al novillo a levantarse cuando cae, lo tira de la cola).
Como dicen que la oportunidad la pintan calva, con Manuel nos hicimos los simpáticos con las muchachas y las invitamos a que vinieran al casino y bailáramos un rato; ellas miraron a su papá quién las autorizó a hacerlo.
Pasado algún rato decidimos irnos para estar en el casino cuando llegase el hombre del generador.
Íbamos caminando y faltaban como 200 metros para llegar cuando pudimos escuchar música dándonos cuenta que ya estaba todo en funcionamiento.
Luego de las presentaciones de rigor comenzamos a darle cuerda al asunto para que los asistentes pudieran bailar y consumir trago para que tomara color la cosa.
El dueño del generador venía de algún lugar cercano a Quidico y era un tipo muy amable a quién le gustaba tener la mesa "tapada" con botellas y tenía unos gustos muy finos, así que pedía botellas de menta, cacao, coñac, ron, etc.
Las cumbias, rancheras, boleros cebollentos, cuecas, y toda música que bailaran sonaba y sonaba, las botellas y las empanadas pasaban por las mesas como un ilusión, y los sentidos poco a poco comenzaron a adormecerse y la visión a nublarse, peleas varias sucedieron viéndonos involucrados con mi amigo Manuel en algunas.
A eso de las dos de la tarde ya no sabíamos si era sábado o jueves; si era 12 de octubre o Navidad cuando sentimos una presencia a nuestro lado que nos tocaba, eran las hijas del amigo de Manuel que habían llegado bien arregladas y maquilladas para disfrutar del baile junto a nosotros; las miramos, ellas nos miraron a nosotros y viendo el estado etílico en el que nos encontrábamos dieron la media vuelta , se marcharon y nunca mas las vimos.
Sería como las 10 de la noche del sábado, o más temprano; en realidad no recuerdo, cuando escucho a mi lado un: ¡¡Hola!! Era ni mas ni menos que mi hermano Luis Ernesto Flores que había llegado no sé con quienes. En realidad los amigos decían que donde había copete mi hermano estaba presente.
Me fui al mesón a pedir un par de botellas porque el momento lo ameritaba, además aquello sería descontado de los $400.- cuando la fiesta terminara.
Como a la medianoche mi amigo Manuel Ulloa fue a buscarme porque quería mostrarme algo; eran los tipos del automóvil de la noche anterior que habían regresado pero esta vez no estaban haciendo nada extraño, pero Manuel reconoció a uno y me dijo—estos hue’ones nunca han sido carabineros; voy a reclamarles como que era a mi que me estaban "hueviando" anoche. Le dije que no, que no valía la pena, así que los tipos comieron algo y se marcharon.
El día domingo durante toda la jornada fue lo mismo; música, baile, trago, peleas; música, baile, trago, peleas; música,… hasta que llegó la noche y de pronto apareció Arnoldo Cabrera junto a Jorge Aguayo; en un momento Arnoldo fue hasta el mesón a pedir una botella de vino a cuenta del arriendo de equipos y se encontró con la sorpresa que estábamos sobregirados en algo así como $ 10 .- A raíz de aquello se armó un alegato que no llevó a ninguna parte hasta que de repente Arnoldo comenzó a cortar cables y agarrando los equipos los tiró en el automóvil y se marchó dejándonos tirados allí.
Luego de esto me puse a dormir en un rincón hasta que como a las 2 de la madrugada a Manuel se le ocurre irnos nuevamente a la casa de su amigo Alejandro Aguayo a pasar el resto de la noche.
La casa del amigo Aguayo era bien pobre, carecía de muchas cosas, pero tenía lo principal: buena voluntad.
Una vez que llegamos hasta allá, Manuel gritó hacia el interior y una vez que explicó lo que había pasado salió el hijo varón con un chonchón a parafina y nos dijo que podíamos dormir sobre unos sacos a orillas del fogón en la cocina porque no había otro lugar.
Yo me tiré a dormir sin más preámbulos; Manuel chonchón en mano, sigilosamente comenzó a revisar la cocina y al levantar la tapa de una olla me habla en voz baja, "Oye, oooye, mira aquí" Entonces fui a mirar y veo la olla llena de un cocimiento de carne de cerdo con papas cocidas, y entonces con Manuel nos comenzamos a comer todo hasta dejar la olla completamente vacía.
Como a las 5 de la madrugada nos despertamos y gritamos al hombre para avisar que ya nos íbamos, Alejandro nos dice: "no se vayan, muchachos, quédense que hay pa`l desayuno un "cauceo" muy bueno". No- dijimos; tenemos que irnos, pa´otra vez será. Gracias por todo. Y nos marchamos.
Nos vinimos caminando hasta Cañete desde Lloncao, cuando llegamos cada uno a su casa casi nos apalearon por la tontera de mandarnos cambiar sin avisar a nadie.
De mi casa iban hasta el Barrio Leiva a preguntar si habíamos aparecido, Don Benedicto Mora había ido a la Morgue por si estábamos allí, también al hospital; a la Comisaría donde le dijeron "No, no tenemos ningún vago aquí".
Por la tarde llegué al Barrio Leiva a la casa de la familia Mora-Ulloa para reírnos un poco de todo lo vivido en Lloncao y sobretodo de habernos comido el cauceo de la olla.
Con el tiempo al recordar estos acontecimientos y al ver las cosas en su justa medida comenzó a darme vergüenza de solo imaginar la cara que puso la señora de Alejandro Aguayo cuando se dio cuenta que nos comimos todo. A 40 años de aquello quiero pedirle que nos perdone, que fuimos muy irresponsables y malagradecidos.
Por último, alguien preguntará que pasó con el rodeo; pues, la verdad es que no vi huasos, ni novillos, ni medialuna, ni arenas, ni nada ; así que nunca supe que pasó.
*** SIN COMENTARIOS INGRESADOS***